Paisaje de mano

Instrucciones para el espectador:

Coja una servilleta por favor

Arrúguela en la mano

Abra de nuevo la servilleta

Admire el paisaje que acaba de crear

El conocimiento del contexto, de las raíces, de la historia del espacio que habitamos, nos conecta con nuestro entorno y favorece el respeto por el mismo. Por otro lado, el paisaje como constructo cultural dependiente de la experiencia del observador, cobra sentido en el mirar. Esta pieza propone  un ejercicio muy sencillo: encontrar el paisaje en lo cotidiano y minúsculo, abrir nuestra mirada a la multitud de micropaisajes que cada día transitamos. Todo ello con un afán de reconectar con el contexto que habitamos, de  recuperar la memoria del lugar. La servilleta arrugada ofrecida al transeúnte encierra todo un paisaje en su interior listo para recibir la mirada de quien lo quiera comprender y/o rememorar.

En la tradición zen se llega a la idea de unidad a través de la pérdida de la noción de ser individual y, por tanto se niega, la posibilidad de una visión marcadamente dicotómica entre ser humano y naturaleza.[1] Cualquier espectador puede coger una de estas servilletas de papel estampadas lo cual, le da una pista al espectador  para que mire esa servilleta con especial atención, no como una servilleta más sino como un mapa de un paisaje. Al  promover una interacción con el espectador se trata de disolver la individualidad del artista y apostar por una colectividad que da forma y sentido a la obra. En cierto punto coincidimos con esa visión zen.

Se unen dos elementos icónicos como el árbol y la mano del ser humano para resaltar como  nos sentimos separados  y diferentes de la naturaleza y olvidamos nuestra conexión con ella. Somos naturaleza y estamos indefectiblemente conectados al entorno. 

Los pueblos Cánacos ligan su cuerpo al universo, entrelazan su existencia a los árboles y a la naturaleza. El cuerpo aparece como otra forma vegetal, o el vegetal como una extensión del cuerpo. Así encontramos que existe una misma palabra (Kara) para designar ka piel del hombre y la corteza del árbol, y otra (Pié) con la que se refiere a la unidad de carne y músculos, y a la pulpa o hueso del fruto. La misma palabra sirve para nombrar el esqueleto humano y el corazón del bosque» Jose Miguel Cortes en  La construcción de la naturaleza, 1997.

En nuestro caso esas formas vegetales se han fusionado a la perfección con la anatomía humana para formar una rama-mano que manifiesta esa unión entre el cuerpo y la naturaleza que tan olvidada tenemos. Es esta una visión que simboliza la postura tradicional de Oriente de unión e interdependencia entre cultura y naturaleza. Ser y naturaleza son una misma cosa. Y por tanto la cultura, que forma parte del ser también es parte de la naturaleza. En esta idea el ser escindido está en armonía con el lugar que habita. Todo lo contrario de la visión antropocentrista occidental en la que vivimos que propugna la separación naturaleza – artífico, naturaleza – ser humano, naturaleza – cultura.

[1] ALBELDA, José y SABORIT, José. La construcción de la naturaleza. Valencia : Direcció General de Promoció Cultural, Museus i Belles Arts Consellería de Cultura, Educació i Ciència, 1997.

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